Leyendo El túnel, de Ernesto Sabato, acabo de encontrar un
personaje que parece ser la parte menos razonable de mí. Tímido, amargado,
pesimista, se hace la cabeza de un modo inimaginable. Piensa miles de distintos
finales a una situación. Sabe perfectamente la clase de persona que es, pero
nunca se cuestiona nada, alegando que los demás son incluso peores. odia el pasado
y ve con esperanza el futuro.
Lo malo es que, si bien en la primera pagina dice como
termina la historia. Al ir llegando al final se ve como termina enloqueciendo
mas de lo que ya estaba, y termina matándola a ella.
Aunque claro, no es un spoiler vale aclarar.
Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los
relojes, de ese tiempo anónimo 
y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros
sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o 
al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de
mi propio tiempo fue una cantidad 
inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río
oscuro y tumultuoso a veces, y a veces 
extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María
y yo estábamos frente a frente 
contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser
río y nos arrastraba como en un sueño a 
tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en
su caballo, con los cabellos al viento y 
los ojos alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en
mi pieza de enfermo, con la cara pegada al 
vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también
alucinados. Y era como si los dos hubiéramos 
estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber
que íbamos el uno al lado del otro, como 
almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al
fin de esos pasadizos, delante de 
una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola,
como un secreto anuncio de que ya 
estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y
que la hora del encuentro había llegado. 
¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los
pasadizos se habían unido y 
nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida  ilusión mía había sido todo esto! No, los 
pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro
que los separaba fuera como un 
muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura
silenciosa e intocable... No, ni siquiera ese 
muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y
entonces yo no sabía qué pasaba del 
otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué
extraños sucesos acontecían; y hasta 
pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una
mueca de burla lo deformaba y que 
quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia
de los pasadizos era una ridícula invención
o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel,
oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había 
transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en
uno de esos trozos transparentes del muro de 
piedra yo había visto a esta muchacha y había creído
ingenuamente que venía por otro túnel paralelo 
al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al
mundo sin límites de los que no viven en 
túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de
mis extrañas ventanas y había entrevisto 
el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había
intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro.
Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo,
ella vivía afuera su vida normal, la vida 
agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida
curiosa y absurda en que hay bailes y 
fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando
yo pasaba frente a una de mis ventanas 
ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué
esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); 
pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se
olvidaba de este pobre ser encajonado, y 
entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio,
la veía a lo lejos sonreír o bailar 
despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en
absoluto y la imaginaba en lugares 
inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era
infinitamente más solitario que lo que 
había imaginado.
 
 
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