martes, 10 de mayo de 2016

¿Dónde estoy ahora? Casi podría decir que es el mismo lugar de siempre.
Y sin embargo, algo resplandece.
Algo oscurece.
Tengo tinta en las manos; ensucian las sabanas y las paredes cuando busco estabilidad. No llegan a mancharte, vos esclareces.
Yo oscurezco.
Y desaparezco.
Y siempre me mata de a poco, en las noches de frio confuso, el saberme desaparecida si no es entre tus brazos.
Dibujé una flor en mi mano, confiando en que la tinta no volvería.
No de nuevo, si estoy descascarándome de mi corteza.
A veces me destiño si en la calle llueve. Mis ojos se tornan blancos.
Casi siempre están rojos.
Normalmente son grises.
De la flor nació una raíz, la raíz se sumergió en el pantano de tinta que me matiza el brazo. Un sinfín de ramas secas, intercaladas, negras solido oculta mis cicatrices de guerra.
No puedo lavarme la oscuridad del cuerpo.
Ni con tu claridad.
Pero lo intento.

Juro que lo intento.
Un espacio infinito y plagado de un vacío de intenso color negro.
Si cierro los ojos con fuerza puedo vislumbrar tenues luces de neón.
Pasillo largo de sombras arcaicas
Memorias aisladas que suplican clemencia
Personajes dibujados en tinta y sangre
Está ese suave sabor a fracaso atorado en mi garganta
Y no puedo evitar preguntarme por qué mi cabeza pesa tanto
¿Realmente hay ojos en el techo, las paredes, en el cielo?
Alguien se mueve, podría ser yo, pero ya no estoy segura
El escenario no cambia, gris, abstracto
Paredes largas y cuerpos anchos
No vale correr, no vale gritar
Las paredes se achican si intento moverme
El suelo tiembla si intento moverme
Todo pesa si me quedo quieta

Todo duele si me quedo quieta