Pero me late el corazón, la sangre drena; bombea y envía vitalidad a mi cuerpo desecho de pensamientos y destrozado por rutina lacerante. El filo me llama, el borde del abismo, el vértigo de una caída sin fin. Y la libertad de ya no cargar con un cuerpo muerto, y la liviandad de alimentar mi alma de naturaleza, de vibraciones, de mi sola presencia.
Estoy, como bien se dice, enamorada de mi dolor.
Me mantiene viva, me mantiene alerta.
Me mantiene.
En vilo, callada y atenta.
Y observo, y absorbo el dolor de los demás, lo veo en sus caras, en sus gestos, en sus pensamientos.
Me pregunto si ellos también lo sienten.
Y observo, y absorbo el dolor de los demás, lo veo en sus caras, en sus gestos, en sus pensamientos.
Me pregunto si ellos también lo sienten.
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