El espacio
oscila entre las líneas del infinito y la nada misma. Planetas alineados de
lado a lado, enfrentados, paralelos. Y flotando, flotando en la nada,
produciendo el todo y cuestionándose de la existencia de lo eterno.
Mas abajo, la gravedad te aplasta
al suelo, y pocos son los que se cuestionan trivialidades propias de la falta
de aire. A nadie le interesa el imaginarse una vida paralizada, donde el
movimiento es tan escaso que no existe. Donde se está resignado a una vida
utópica para escapar de aquello tan cotidiano como lo es el estar vivo.
Y si, la utopía podrá ser una
salvación, pero también es una condena. Una demostración que la imaginación
poco puede hacer ante la pobre capacidad humana de crear espiritualismo.
Aquellos que tienen la capacidad de pensar en iridiscencia y no se
contagian de la opacidad del resto viven transparentes ante el exceso de color
de los demás.
Y casi nadie comprende el valor de lo
absurdo, y de vivir solo por el placer de hacerlo, y pensar solo para aprender,
y aprender solo para pensar.
Todos necesitan elegir. Todos necesitan
entenderse, todos necesitan darse un nombre para acoplarse y no estar tan
inseguros con sus dudas y la falta de confianza, que inhibe y destruye
personalidades.
Los planetas no requieren de tantas confrontaciones en sus interiores.
Ellos saben lo que son, saben para lo que fueron creados. Saben de aridez y
saben de vida. Porque miran a la tierra cumplir su misión. Y observan su
parasito. Observan como consumen su vitalidad, y como al final se consumen a sí
mismos.
Triste consuelo resulta la vida. Tanto
frenetismo, tanto apuro. Tanta urgencia por vivir rápido y vivir mal...
El orden
que se imponía Lara para subsistir no era demasiado complicado de seguir: No
pienses, no dudes y asentí tantas veces como sea necesario.
Su vida había mejorado tan rápidamente después de seguir estas tres reglas que
le habría causado gracia, de no ser porque no tenía tiempo para perder pensando
en conclusiones idiotas.
Ella necesitaba vivir, y debía de hacerlo rápido, antes de que se arrepintiera,
simplemente tenía que imitar a los demás.
No era poco decir que su mente se había
poblado de fantasmas desde hacía un tiempo largo. Y es que el comenzar una vida
lejos de sí misma le había costado gran parte de su cordura, y ahora apenas era
consciente de lo que hacía o decía.
Demasiado crecimiento precipitado y
tanta globalización le golpeaba en las sienes, los millones de pensamientos que
luchaban por ser escuchados. Y poco había que hacer al respecto: La gente moría
de hambre, los artistas se comercializaban, la tecnología volaba alto. La gente
moría, los animales servían de alimento y en el programa de la tarde la modelo
de turno precisaba convertirse en barbie modo humano.
A su escasa edad poco podía creer lo
mal que todo parecía funcionar.
Su madre se había levantado a las prisas porque su despertador no funcionaba y, en las prisas por vestirse,
desayunar y partir para el trabajo había olvidado la existencia de aquella por
la cual trabajaba tanto.
Lara decidió no desayunar esa mañana y partir
rápidamente para la escuela.
El camino hacia lo infinito no es tan tedioso
como resulta una caminata hacia la muerte. La gente le teme a la muerte y lo
que representa. Y en cambio, abrigan con esperanza la idea de la inmortalidad.
La idea de una vida eterna. Lo efímero es débil, y el humano no puede
permitirse ese lujo.
La consistencia de lo común. La cotidianidad
de los días de la semana. El propio amanecer es una muestra de que estamos
atados a 24 horas de solamente una opción de rutina: vivir.
Pocos deciden saltarse esa norma. Y pasan al
siguiente paso: lo desconocido. Pero claro, lo desconocido es un camino oscuro,
plagado de errores. Lo seguro es lo correcto.
La gente en las esquinas aguardaba al
colectivo. La claridad comenzaba a empujar la oscuridad de la mañana. Las
cortinas de las casas estaban cerradas. Todo bien, todo legal.
Lara
realmente confiaba en que el colegio no resultara otro día de absurdo
desperdicio de tiempo.
La entrada de la escuela, siempre atestada de
gente. De amigos, de desconocidos. De gente, personas corpóreas completamente
reales. Con problemas, con cegueras. Con prejuicios y deseos. Con cosas a favor, y con muchas opiniones en
contra.
Eso sí,
todos estaban de acuerdo en ignorar a Lara.
Personas corpóreas buscan realidades de fantasía.
Cuerpos humanos buscan el éxtasis de lo material. La materia busca prenderse
con fuerza al organismo vivo. La vida busca aferrarse más a sí misma, porque siguiéndole
a los pocos pasos esta la muerte. Y nada busca aferrarse a ella.
Se sentó en el hall. Con las piernas
cruzadas, mirando con tranquilidad la entrada de su escuela. Esperando por
alguien nuevo. Buscando indicios de problemas. Anhelando deshacerse de la marca
rutinaria que manchaba sus zapatos y oscurecían la piel bajo sus ojos.
El timbre sonó y todo había seguido su ritmo.
Lara observó, apenada, como la muchedumbre de compañeros marchaba por la
puerta, ordenados y dormidos. Habiéndose resignado dio medio vuelta y salió del
establecimiento.
Dio unos pocos pasos hacia la derecha, giró
en la esquina y se metió en la calle que llevaba a la nada. Con una mano al
hombro, para evitar la caída – que jamás ocurría- de su mochila. Se metió en
intersecciones y autopistas. Cruzó puentes, y espero paciente que los semáforos
cambiaran a su favor, se chocó con gente y le pidió perdón a la mayoría, solo a
aquellos que también deseaban desaparecer. Jugueteó con las monedas en su
bolsillo, y decidió su destino con una leve sacudida de hombros, y caminó, casi
deseando que alguien la detuviera.
En las plazas y los parques se juntaba la
basura que la gente muy amablemente decidía no juntar. La gente en los negocios
a esa hora comenzaba a abrir las persianas. Los faroles se apagaban. Y el suave
tono gris celeste de la mañana reemplazaba la melancolía de la noche en la
mañana.
Había llegado a su destino. Se figuró que el
mundo había seguido girando. Que la gente no se había detenido a verla. Que toda
la existencia consistía en millones de cosas sin sentido que la gente tenía que
vivir. Comprendió que todo se reduce a lo mismo. Que los años no nos alejan,
sino que nos acercan. Entendió que la cercanía
de la muerte es lo que la vida es obligada a cargar. Y que la transitoria
brecha dentro del mundo no es más que una introducción. Y que nada tiene
sentido si realmente es eso para lo que vivimos.
Pensó en mucho, pensó en todo y no pensó en
nada. Y cuando quiso darse cuenta, ya había tocado el timbre de salida. Tomó su
mochila, desvió la vista de la ventana. Observó de reojo a sus compañeros,
mientras guardaba la carpeta y la cartuchera, y lentamente se dirigió a su
casa.