No sé si alguna vez voy a entender lo que se siente vivir sin todo el peso en mi nuca de las cosas que no tienen sentido. ¿Cómo vive la gente sin cuestionarse lo al pedo que es todo realmente?
No sé si es que mi cerebro no funciona como corresponde o si, al contrario, funciona como se supone todos debemos funcionar. Si yo soy la loca o el resto.
Porque en este momento, si bien no esta todo perfecto aunque sea tengo de donde agarrarme. Conseguí cosas importantes y estoy rodeada de gente que me quiere. Todavía hay mucho por hacer.
Pero a medida que avanzo me doy cuenta de que nada de lo que haga, o que cualquiera haga, sirve. No, porque no importa la clase de vida que tengas, si te levantas todos los días y trabajas hasta la noche, o si estudias o si te dedicas a cualquier otra cosa. Cualquier estilo de vida no va a generar un cambio. Igual vas a dejar de existir.
¿Así qué, para qué es todo esto?
¿Por qué?
Vivo conflictuada entre dos escenarios. El miedo paralizante a la no existencia y la falta de fuerza que tengo para vivir. La vida no me interesa pero no vivir me espanta.
Mientras más cosas hago, más inutil se siente.
Pero no me siento triste, en realidad. Al menos no todo el tiempo.
Y no se si esto es algo que pueda solucionarse, porque no hay otra cosa.
Yo me voy a morir, y la gente que amo se va a morir. Y todo lo que yo haga se va a morir conmigo. Y no va a haber nada. Y no tiene sentido.
No tiene sentido.
¿Qué abominable comedia es ésta?
Catarsis y multiples suicidios
viernes, 8 de diciembre de 2017
martes, 10 de mayo de 2016
¿Dónde
estoy ahora? Casi podría decir que es el mismo lugar de siempre.
Y
sin embargo, algo resplandece.
Algo
oscurece.
Tengo
tinta en las manos; ensucian las sabanas y las paredes cuando busco
estabilidad. No llegan a mancharte, vos esclareces.
Yo
oscurezco.
Y
desaparezco.
Y
siempre me mata de a poco, en las noches de frio confuso, el saberme
desaparecida si no es entre tus brazos.
Dibujé
una flor en mi mano, confiando en que la tinta no volvería.
No
de nuevo, si estoy descascarándome de mi corteza.
A
veces me destiño si en la calle llueve. Mis ojos se tornan blancos.
Casi
siempre están rojos.
Normalmente
son grises.
De
la flor nació una raíz, la raíz se sumergió en el pantano de tinta que me matiza
el brazo. Un sinfín de ramas secas, intercaladas, negras solido oculta mis
cicatrices de guerra.
No
puedo lavarme la oscuridad del cuerpo.
Ni
con tu claridad.
Pero
lo intento.
Juro
que lo intento.
Un espacio infinito y plagado de un
vacío de intenso color negro.
Si cierro los ojos con fuerza puedo
vislumbrar tenues luces de neón.
Pasillo largo de sombras arcaicas
Memorias aisladas que suplican clemencia
Personajes dibujados en tinta y sangre
Está ese suave sabor a fracaso atorado
en mi garganta
Y no puedo evitar preguntarme por qué mi
cabeza pesa tanto
¿Realmente hay ojos en el techo, las
paredes, en el cielo?
Alguien se mueve, podría ser yo, pero ya
no estoy segura
El escenario no cambia, gris, abstracto
Paredes largas y cuerpos anchos
No vale correr, no vale gritar
Las paredes se achican si intento
moverme
El suelo tiembla si intento moverme
Todo pesa si me quedo quieta
Todo duele si me quedo quieta
miércoles, 16 de diciembre de 2015
jueves, 12 de noviembre de 2015
I heard the voice calling from just outside the well. She said:
"You fool, now that you know your end is near
You always fall for what you desire or what you fear!"
You always fall for what you desire or what you fear!"
domingo, 4 de octubre de 2015
Vi
al sol ocultarse y luego explotar el horizonte durante un periodo de tiempo
infinito.
Vi
al cielo teñirse de rojo sangre y lo sentí llorar y golpear al suelo con rocas
y hielo.
Hoy
el cielo es otro niño que no comprende.
Lo
observé resquebrajarse, hacerse de cortes afilados de negrura infinita.
Al
caer la noche, ya no había más cielo.
Crecí
acostumbrada a esa ausencia.
Crecí
siendo creyente que todos veían el mismo paisaje.
Un
puñado de astillas de vidrio gravitando, muy, muy lejos de nosotros.
Y
a veces brillaban en cuanto todo se tornaba oscuro, y al salir a la calle uno
creía en la promesa de algo que duraría toda una vida.
Pero
yo vi al cielo romperse una vez.
Excepto
que no recuerdo por qué.
Vi
personas atolondradas caminando bajo una pintura de luces de neón.
Ninguno
levanto la vista, ni siquiera una vez.
Escuché
sirenas sonando y algunos ladearon la cabeza en mi dirección.
Las
luces de neón revistieron cada recoveco de alma.
Como
si estuviese desnuda.
Pero
no había nada que brillase demasiado como para llamar la atención de alguien.
Así
que siguieron caminando.
A
veces las astillas se alinean y proyectan figuras.
A
veces puedo sentir que me incitan a levantar la vista para mostrarme el pasado.
Otras
veces, creo distinguir dibujos de lugares en donde mi cuerpo se siente en paz,
y mi mente descansa durante unos instantes.
A
veces esas figuras me traen pesadillas. Y me aparto de la ventana y me
encuentro enfrentando una realidad donde nada brilla demasiado.
Casi
siempre elijo el cielo. Aunque este roto.
En
otros momentos, lo veo teñirse de colores.
Algunas
semanas son colores de calor y fuego.
Y
mi pecho se inflama y siento mi piel erigirse en un plumaje que me promete
eternidad y sabiduría.
No
dura demasiado, y de todas maneras, aun puedo ver las cicatrices del cielo.
Y
la oscuridad sigue siendo más magnética que el brillo.
De
a ratos, las sombras oscilan en débiles colores que me recuerdan a un arcoíris,
o a lo que solía serlo.
Otras
veces puedo jurar que viejos retazos de vidrio caen hasta el suelo.
Una
lluvia de polvo suave que pintan edificios y personas y los hacen brillar
durante un rato.
Me
gusta ver el brillo en mi cuerpo, durante un rato.
Un
día decidí alejarme de la ventana.
Cerré
las cortinas y aparté mi cerebro del cielo roto y el vidrio iridiscente.
Y
no pensé demasiado en las hendiduras negras, que cada día se apartaban más.
Y
apagué el teléfono, y cerré la puerta e hice oídos sordos a cualquier voz que
no fuese mi consciencia.
Ignoré
durante un tiempo las paredes a mí alrededor.
E
ignoré todo lo que pude aunque no sabía muy bien qué tenía ignorar.
Ignoré
durante un periodo infinito de tiempo.
Y
luego las paredes comenzaron a resquebrajarse.
Como
piezas de un rompecabezas que alguien decidió desmontar.
Espere
que el techo me aplastase, pero este no era más que escombros gravitatorios.
Y
no brillaban.
Salí
del cuadrado destrozado y de nuevo me encomendé al cielo.
Quise
fingir que veía lo que los demás.
Aunque
esta vez era más oscuridad que restos de astillas.
Así
que me senté y con una pinza quise alivianar mi pecho de los trozos de vidrio
atorados que pinchaban mi garganta y mi estómago, y mis huesos.
Pero
la lluvia llegó y era imposible buscar refugio.
Y
el vidrio me cortó la piel y allí se ubicó, tapando agujeros vacíos de mi carne
con leves toques de luminiscencia.
Entonces
intenté arreglar el cielo.
Trepé
hasta lo alto de una montaña, y me encontré con el límite.
Y
vi de cerca las astillas y no eran más que pequeñas piezas de rompecabezas que
podían encajarse la una con la otra.
Tome
una pieza, y luego otra, y luego otra.
Por
un periodo infinito de tiempo.
De
reojo noté que no era la única que deseaba arreglar el cielo.
Otras
personas que no brillaban estaban ahí.
Nadie
hablaba y todos fingimos que no nos veíamos.
Pero
continuamos arreglando al cielo.
Al
principio cada unión se dejaba ver con una marca rojiza.
A
veces más fuerte, dependiendo de lo que costase pegarlas.
Y
a veces no se veían, eran estas piezas que anhelaban volver a tocarse.
En
varios puntos del globo veíamos al cielo en su lenta reconstrucción.
Trajimos
escaleras según nos íbamos alejando del suelo.
Otros
no precisaban de nada más que sus manos y sus pies y se prendían con delicadeza
y escalaban del otro lado. A algunos les tomaba más tiempo, a otros, apenas les
podías recordar a medida que reparaban su cielo y desaparecían.
Yo
me tomé mi tiempo.
A
veces me costaba trabajo alcanzar algunas piezas, y estas luego no deseaban
encajar en su lugar. Algunas piezas estaban carcomidas en los bordes. Otras partidas,
otras simplemente parecían inalcanzables.
En
algún momento, frustrada, decido apartarme un instante y me siento en el suelo.
Las
piernas cruzadas, el corazón molesto.
El
cielo estaba cerca de finalizarse.
Mi
parte aun no tenía remedio.
Una
voz a mis espaldas me señala.
Me
mira, a pesar de no brillar y me habla.
Señala
los trozos de vidrio incrustados en mi piel y luego señala al cielo.
Vuelvo
a levantarme.
Comienzo
a quitar los trozos más pequeños, los que apenas se sienten y comienzo a
reparar las piezas rotas.
Los
fragmentos más grandes cuestan más. Son los que hieren mi garganta, mi pecho y
mis brazos.
También
son los que generan mayores cicatrices al desprenderse.
Por
un periodo de tiempo infinito soy solo yo, desarmando mis piezas y reconstruyéndolas
en el cielo.
De
algún modo dolía menos.
miércoles, 29 de julio de 2015
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