domingo, 12 de mayo de 2013


   El sentido en que va mi vida es casi al ritmo inconstante de un reloj que dejó de funcionar hace rato, pero que no se detiene. Mas allá de que ya no sirva, de que marque la hora errónea,  y el minutero haya quedado clavado en un segundo, y el segundero que gira descontrolado, dando vueltas a un paso que acelera demasiado y al mismo tiempo no acelera nada.  A base de segundos que no existen, porque la hora es la errónea pero la inercia impide que alguien pueda darse cuenta.

Ya nadie se sorprende de un reloj que da la hora equivocada.

  Uno no necesita de un reloj roto, un reloj roto no sirve de nada, uno no va a gastarse en arreglarlo, hay millones de maneras de solucionarlo y lo mas sencillo es desecharlo y comprar otro.
¿Quién va a fijarse de una persona rota, si al enfrente suyo hay tres personas perfectamente compuestas, sin deterioros que resalten a simple vista; con sus agujas de minutos en los minuteros y los segundos que corren, un segundo a la vez?